La Fresneda

La Fresneda fue conquistada a los musulmanes en 1170 por Alfonso II, quien la donó a la orden de Calatrava. El 14 de diciembre de 1283 el rey Pedro III concedió a la Fresneda el título de villa. El conjunto urbano de La Fresneda cuenta con la declaración de Conjunto Histórico Artístico desde el 21 de septiembre de 1983. En la actualidad, BIC – Conjunto de Interés Cultural.

La edificación se dispone de forma escalonada, sobre una colina en cuya cumbre se conservan restos del antiguo castillo calatravo, junto a la iglesia parroquial de Santa María la Mayor. Edificio de origen medieval, ampliado, reorientado y reformado de acuerdo a la estética barroca durante el siglo XVII.

En un punto en el que ya se suaviza la pendiente se abre su plaza Mayor, espacio que conserva un antiguo portal, el Arco de Xifré; magníficos soportales (que se prolongan en la calle Mayor); y el monumental edificio consistorial renacentista con su lonja abierta a dos fachadas, el gran balcón corrido definido por vanos rematados por frontón curvo partido, la gran arquería superior, sus curiosas gárgolas, garitones y remates de perfil sinuoso.

A todo ello se unen otros edificios de notable interés: la casa de la Encomienda, construida en el siglo XVI y que sirvió de residencia al comendador de la orden; la obra ya barroca de la iglesia o capilla del Pilar; grandes casas solariegas como la del marqués de Tosos; el antiguo convento de Mínimos; los restos de la antigua ermita de Santa Bárbara, situados sobre una colina próxima a la población; y el santuario de la Virgen de Gracia, conjunto ya en ruinas situado en un punto relativamente distante del conjunto urbano (a unos 4 Km), en el magnífico barranc de les Canals.

Fue elegida por el cineasta Vicente Aranda para rodar algunas escenas de su película Libertarias y también por Jesús Font (La vida aquí). El año 2009 se rodó un capítulo piloto para una serie de televisión, Maldito seas.

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Costaleros

Cuando vemos un paso llevado a costal vemos los pies de los costaleros y nos imaginamos el trabajo que tiene que suponer llevar más de 1800 kilos entre 50 personas, pero lo que no vemos es todo el trabajo y preparación previa necesaria para que ese paso salga a la calle.

Ponerse la faja, preparar minuciosamente el costal y ponérselo ayudado por el compañero de confianza para que quede colocado en el sitio exacto… la charla del capataz, la meditación, el repaso de las funciones de cada uno según su posición en la trabajadera y el ensayo de los momentos más críticos para que, una vez debajo del paso, estos se realicen con precisión y, sobre todo, con seguridad… y muchas horas de ensayos en las semanas previas a la Semana Santa.

La ausencia de los respiraderos durante los ensayos permite observar a los costaleros y, a lo largo de las horas, podemos ver caras de sufrimiento, de alegría, de meditación, a unos dando ánimos a otros cuando lo están pasando mal, o el esfuerzo cuando el capataz dice “atentos a lo que se va a mandar, ¡¡al cielo con él!!, ¡todos por igual… a esta es!” y, al golpe del martillo se elevan todos separándose del suelo. Y cuando finalizan su recorrido y salen de debajo, caras de agotamiento, pero sobre todo caras de felicidad y emoción al abrazarse entre ellos.

En las cuadrillas conviven personas de diferente condición social, diferentes niveles formativos y económicos, diferentes ideologías y con distintas motivaciones, pero el sacrificio bajo el paso los iguala a todos y se establece entre ellos un vínculo de hermandad que perdura por años.

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