Cuando vemos un paso llevado a costal vemos los pies de los costaleros y nos imaginamos el trabajo que tiene que suponer llevar más de 1800 kilos entre 50 personas, pero lo que no vemos es todo el trabajo y preparación previa necesaria para que ese paso salga a la calle.
Ponerse la faja, preparar minuciosamente el costal y ponérselo ayudado por el compañero de confianza para que quede colocado en el sitio exacto… la charla del capataz, la meditación, el repaso de las funciones de cada uno según su posición en la trabajadera y el ensayo de los momentos más críticos para que, una vez debajo del paso, estos se realicen con precisión y, sobre todo, con seguridad… y muchas horas de ensayos en las semanas previas a la Semana Santa.
La ausencia de los respiraderos durante los ensayos permite observar a los costaleros y, a lo largo de las horas, podemos ver caras de sufrimiento, de alegría, de meditación, a unos dando ánimos a otros cuando lo están pasando mal, o el esfuerzo cuando el capataz dice “atentos a lo que se va a mandar, ¡¡al cielo con él!!, ¡todos por igual… a esta es!” y, al golpe del martillo se elevan todos separándose del suelo. Y cuando finalizan su recorrido y salen de debajo, caras de agotamiento, pero sobre todo caras de felicidad y emoción al abrazarse entre ellos.
En las cuadrillas conviven personas de diferente condición social, diferentes niveles formativos y económicos, diferentes ideologías y con distintas motivaciones, pero el sacrificio bajo el paso los iguala a todos y se establece entre ellos un vínculo de hermandad que perdura por años.
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